La amistad es una cajita de cristal. Pequeña, transparente, donde guardas allí dentro todos tus pensamientos, ideas, cariño y amor. Un amigo es más que una persona. Algo que no es físico, algo que siempre llevas. Es eso que recoges por el camino y guardas en tu cajita de cristal, cuidadosamente acomodado en su interior de terciopelo.
No es fácil confiar en alguien después de
que te hayan roto el corazón. Los sentimientos se crean una coraza que
consigue que nadie sepa lo que se traen entre manos y poco a poco te van
comiendo por dentro e invadiendo tu cuerpo hasta llegar al punto en el
que solo eres una batalla de secretos luchando por salir, por ser
gritados a toda voz y poder ser entendidos por la única persona en el
mundo que puede hacerlo. Todo esto te obliga a proponerte unos
“requisitos” que impedirán que tus secretos más íntimos vuelen a los
cuatro vientos sin dirección ni sentido. Piensas que esa persona tiene
que hacerte sentir única, que desapareciera el mundo cuando estáis
juntos… esa persona tiene que hacerte sentir especial cada día, cada
hora, cada minuto. Porque en realidad no necesitamos ranas que al
besarlas se conviertan en príncipes, necesitamos ranas que al besarlas
nos hagan sentir princesas. Volver a sentir la ilusión, la seguridad, el
cariño… Porque a veces un solo segundo es suficiente para darte cuenta
que la persona que llevas años buscando la tienes delante y quizás en
otro segundo te haga perderla para siempre por culpa de esa maldita
coraza que no te deja vivir.
Nunca dejes que el miedo viva tu vida, ni
pienses como vivir pudiendo vivir como piensas.